Resurrección de nuestro Señor Jesucristo dogma y pilar de nuestras Fe.
(Domingo 12 de abril de 2020) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
Bendito sea el Señor, pues nos hallamos hoy en la importantísima y solemnísima Fiesta de Pascua o Domingo de Resurrección, en la cual conmemoramos uno de los misterios más importantes de nuestra Santa Fe Católica: La Resurrección de Dios Nuestro Señor Jesucristo, dogma y pilar de nuestra Fe, pues “si Cristo no resucitó —nos dice San Pablo— vana es vuestra Fe, aún estáis en vuestros pecados” 1, pues que Nuestro Señor haya vuelto de la muerte a la vida, que haya resucitado, es el máximo argumento de su divinidad, la mayor prueba de que es
Dios, pues ¿quién ha predicho en varias ocasiones su futura muerte y resurrección, que después se haya verificado como lo dijo, y que, además, ése tal hubiera afirmado ser Dios? Por tanto, gocémonos el día de hoy con la Santa Iglesia que exulta de santa alegría por la Resurrección de su divino Esposo, y, junto con ella, entonemos con júbilo el aleluya: ¡Cristo resucitó, aleluya!
Asimismo, la Fiesta actual, y todo lo que implica y significa, nos impele a vivir una nueva vida, a dejar el hombre viejo, el hombre de vicio y pecado; a dejar la mediocridad o tibieza y buscar la Santidad. A este propósito coloca la Santa Iglesia las epístolas de San Pablo, tanto en la Misa de anoche como en la del día de hoy, que si bien son bastante breves, son hermosísimas y dignas ser meditadas. Las cuales comentaremos con el favor de Dios.
(Cuerpo 1: Buscad las cosas de arriba)
Comencemos por la epístola de la Misa de anoche. Ella está tomada de la carta de San Pablo a los Colosenses2
y dice así:
(1) “Hermanos: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba”: Hermosa expresión “si habéis resucitado con Cristo” (si consurrexistis cum Christo). ¿Y cómo resucitamos con Cristo? Por medio de los Sacramentos del Bautismo o de la Penitencia o Confesión; por ellos, en efecto, pasamos de la muerte del pecado a la vida de la gracia, lo cual es una resurrección espiritual. Y el efecto lógico de tal resurrección debe ser lo que añade San Pablo inmediatamente: “quae sursum sunt quaérite”, buscad las cosas de arriba, es decir, las cosas espirituales, todo aquello que hace a la vida eterna: oración —Santo Rosario, particularmente—, mortificación, práctica de la virtud, buenas obras, limosna —y cualquier género de caridad u obra de misericordia—, buenas lecturas, silencio, recogimiento, etc.; en definitiva, hemos de buscar, si hemos resucitado con Cristo, si estamos en gracia de Dios, todas aquellas cosas que nos ayuden a conseguir la salvación eterna de nuestra alma. Y la epístola prosigue diciendo:
(2) “Saboread las cosas de arriba, no las de la tierra”: Sigue la misma idea de recién, pues es una consecuencia lógica de lo primero que se dijo: “si habéis resucitado con Cristo”. En realidad, es una insistencia, pues utiliza un verbo más enfático “saboread” (sápite): no sólo debemos buscar las cosas del espíritu sino saborearlas, lo cual no implica gustos o consolaciones sensibles, sino que nuestra voluntad tenga por principal y primario todo lo que hace a nuestra salvación y halle en ello la verdadera felicidad del alma, la cual es espiritual y, por tanto, no cae en el sentido.
Y como las cosas que este mundo ofrece son contrarias al espíritu, por cuanto el mundo mismo es contrario a Dios, San Pablo añade que no hemos de saborear las cosas de la tierra, es decir, no hemos de buscar ni poner nuestro fin en los bienes de este mundo, sean riquezas, honores, placeres, o cuanta bagatela este vil mundo ofrece. Es importante que no olvidemos la oposición existente que hay entre el espíritu y la carne que nos mueven a cosas muy distintas, el espíritu a amar al prójimo y tener caridad, la carne a impacientarnos y ofenderlo; el espíritu a mortificar y frenar los deseos sensuales, la carne a satisfacerlos de maneras infames, etc., etc. Y así no es esto un tema menor, pues si insensiblemente empezamos a dar pie o lugar a las cosas de este mundo, nos exponemos a perder los bienes eternos y verdaderos, debido a la dicha oposición. Mas volvamos a la epístola; San Pablo continúa, diciendo:
(3) “Pues habéis muerto [al pecado por el Bautismo o Confesión] y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”: “Mórtui enim estis, et vita vestra est abscóndita cum Christo in Deo”. Frase hermosísima de San Pablo. ¡Vuestra vida —esto es, la vida sobrenatural de la gracia— está escondida con Cristo en Dios! ¡Qué consuelo! ¿Qué más podemos pedir?, ¿lugar más seguro podemos encontrar que Cristo mismo, que estar refugiados en sus preciosas llagas?, ¿qué podrán entonces contra nosotros las asechanzas de nuestros enemigos, mundo, demonio y carne? Deberíamos aprendernos de memoria esta frase y meditarla asiduamente, y repetirla constantemente: “mi vida está escondida con Cristo en Dios”, y hacer esto particularmente en el momento de la tentación, diciendo al tentador: “apártate, pues mi vida está escondida con Cristo en Dios” y refugiándonos en Cristo Señor. Y concluye San Pablo la epístola que estamos comentando:
(4) “Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también apareceréis vosotros con él en gloria”. ¿A qué se refiere aquí San Pablo, al decir “cuando aparezca Cristo”? Está hablando de su Parusía, de su futuro Segundo Advenimiento en Gloria y Majestad, en que vendrá acompañado de todos sus ángeles y santos. Entonces “aparecemos también nosotros con Él en gloria”, es decir, estos nuestros cuerpos corruptibles serán revestidos de incorruptibilidad e inmortalidad y, serán gloriosos a semejanza del glorioso Cuerpo resucitado del Señor,
teniendo las mismas cualidades que el de Él, pero sólo si antes, durante nuestra vida, hemos buscado y saboreado las cosas de arriba y no las de la tierra, vale decir, si hemos vivido como buenos católicos e hijos de Dios y muerto en tal estado, es decir, en gracia de Dios; entonces sí “apareceremos con Él en gloria”.
Hasta allí la Epístola de la Misa de anoche, bastante corta como habíamos dicho —tan sólo son cuatro versículos—.
1 1 Cor. 15,17.
2 Colosenses 3, 1-4.
(Cuerpo 2: Purificaos de la antigua levadura)
Mas, pasemos ahora a ver la epístola del día de hoy, mucho más breve aun que la anterior —sólo dos versículos—, la cual está tomada de la primera carta de San Pablo a los corintios3 y dice así:
(7) “Hermanos: Purificaos de la antigua levadura, para que seáis una nueva masa, como ázimos que sois. Pues Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado”. ¿Por qué utiliza San Pablo y qué quiere significar la expresión “purificaos de la antigua levadura”? La razón es porque, en las Sagradas Escrituras, la levadura suele representar la corrupción, ya que la fermentación es una especie o manera de putrefacción4 — recordemos las palabras de Nuestro Señor a sus discípulos: “guardaos de la levadura de los fariseos”5—. Por esto a los judíos les estaba prohibido comer pan con levadura en la Pascua y durante su Octava. Por lo cual, San Pablo con las palabras “purificaos de la antigua levadura” (expurgáte vetus ferméntum) quiere decir: expurgad vuestras almas de los antiguos pecados, limpiadlas de las manchas que ellos han dejado en ella, combatid vuestras malas inclinaciones y tendencias, matad al hombre viejo, aniquilad vuestra voluntad propia, vuestro amor propio, para que seáis ázimos —el cual es pan sin levadura—, es decir, para que seáis almas purificadas y depuradas de la levadura del pecado, para que seáis hermoseadas por la gracia divina.
Y ¿por qué debemos dejar el pecado y ser ázimos? “Etenim Pascha nostrum immolatus est Christus”, nos dice San Pablo, “porque Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado”. Los judíos todos los años en el Antiguo Testamento solían inmolar un cordero, en Pascua, en memoria de la liberación de Egipto operada por Dios; ese cordero que inmolaban los judíos era tan sólo una figura de Cristo que es el verdadero Cordero Pascual, que ha sido inmolado por nosotros en el altar de la Cruz, por cuya sangre derramada hemos sido librados del ángel exterminador, es decir, de la condenación que merecíamos por nuestros pecados. Por tanto debemos corresponder y ser agradecidos respecto a tal sacrificio, siendo ázimos apartados del pecado y de todo lo que sea ofensa a Dios. Asimismo, la inmolación de Cristo debe ser motivo de suma alegría, por lo cual San Pablo añade:
(8) “Por tanto, regalémonos no con vieja levadura, ni con levadura de malicia y de perversidad, sino con ázimos de sinceridad y de verdad”. “Ítaque epulémur”, dice San Pablo, que podría también traducirse por alegrémonos, como diciendo hagamos fiesta, festejemos, pues hemos sido redimidos por Cristo, “Etenim Pascha nostrum immolatus est Christus”, mas tal festejo ha de ser “non in fermento véteri, neque in fermento malitiae et nequitiae”, “no con levadura vieja [de pecado], ni con levadura de malicia y de perversidad”; es decir, nuestro festejo o alegría ha de ser —no sólo por Pascua sino en cualquier circunstancia de la vida— una alegría santa, sin pecados ni excesos: sin borracheras, ni gula en la comida, sin burlas o murmuraciones o faltas de Caridad, sin la horrorosa música moderna, sin malas e inmodestas vestimentas, que incitan a la lascivia, y sin mil pecados más que, por desgracia, se suelen cometer en tales circunstancias; no, sino, como decimos, el festejo ha de ser en el Señor, de manera digna de hijos de Dios que han sido redimidos por la sangre del “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” 6. Y así llenémonos de santa alegría, no sólo hoy sino también durante toda la Octava de Pascua; durante toda esta semana busquemos mantener en nosotros los sentimientos de agradecimiento y alegría por el grandísimo don de la Redención. La Resurrección de Cristo y la esperanza de la propia resurrección deben llenarnos de santa alegría.
3 1 Corintios 5, 7-8.
4 Cf. Straubinger, 1 Cor. 5,7 y nota.
5 San Mateo 16,6.
6 San Juan 1,29.
(Conclusión)
Como decíamos al inicio, la Fiesta de hoy es una fuerte invitación a todos a la conversión, a dejar definitivamente el pecado y todo lo que nos lleva a él; una invitación a vivir una vida nueva en Cristo; también es un llamado para que, venciendo la tibieza o mediocridad, aspiremos y busquemos la Santidad.
Pero uno puede preguntarse, ¿cómo hacer?, ¿cómo realizar la conversión, cómo comenzar la nueva vida en Cristo, si estoy en pecado mortal y no puedo ir a confesarme de mis pecados graves, debido a este aislamiento obligatorio; o cómo alcanzar la Santidad si estoy privado de los sacramentos? Para responder a tales interrogativas, hay que tener en cuenta que Dios no nos pide imposibles y, sin embargo, a pesar de la situación actual de encerramiento, de cuarentena, nos pide que nos convirtamos a Él de todo corazón y que busquemos la Santidad. Por lo cual hay que concluir que dicha conversión —y alcanzar la Santidad— es posible. Para lo cual tenemos, por misericordia de Dios, dos medios a nuestro alcance: el acto de perfecta contrición y la devoción a la Santísima Virgen María.
Ante la imposibilidad de poder acudir a la Confesión, existe otro medio por el cual uno puede alcanzar el perdón de los pecados, a saber, el acto de contrición perfecta. Éste tiene la virtud de obtener la remisión de todos los pecados, es decir, alcanza el perdón de los pecados mortales. Pero para que la contrición pueda ser perfecta, ella ha de proceder del motivo perfectísimo de Caridad, que impulsa a amar a Dios sobre todas las cosas, como Sumo Bien que es, infinitamente amable y digno de ser amado. Es decir, la contrición perfecta es aquella por la cual el pecador se duele y arrepiente de haber ofendido a Dios, por ser Éste digno de infinito amor. Por lo cual, lo principal en dicha contrición debe ser el pesar y dolor de haber ofendido a Dios por lo digno que es Él de ser
amado, mucho más que el miedo por el infierno merecido o que el pesar por el cielo perdido.
Asimismo, para que dicha contrición opere su efecto de perdonar los pecados, debe hacerse siempre en relación a la Confesión, ya sea de manera implícita o explícita. Esto quiere decir que no hay ni puede haber contrición verdadera perfecta, si uno tiene intención de no confesarse después. Y si alguien logró obtener el perdón de sus pecados por la perfecta contrición, está sin embargo obligado a confesar esos pecados en la primera confesión que pueda hacer. También es importante notar que la perfecta contrición del corazón
—como todo en realidad— es una gracia de Dios, por lo cual hay que pedírsela con sencillez y perseverancia en la oración.
Asimismo, la Divina Clemencia nos ha dado un medio eficacísimo de conversión en María Santísima. En realidad, ella es elemento indispensable para la conversión o nueva vida en Cristo que decimos, para llegar a la Santidad. Jamás lograremos salir definitivamente del pecado o perseverar fuera de él, si no nos acogemos a María, que es refugio de los pecadores.
Por tanto, recurramos con confianza a la Santísima Virgen pidiéndole la conversión; ella es, en efecto, el medio seguro y eficaz para alcanzar de Dios la gracia, de que recién hablábamos, de la perfecta contrición; su intercesión es poderosísima para alcanzar de Dios cualquier gracia que le pida en favor de los pobres pecadores. Y así, una obra o forma excelente de alcanzar la gracia de la perfecta contrición, es rezar
el Santo Rosario todos los días con esa intención, huyendo de las ocasiones peligrosas y evitando las recaídas en el pecado. Si así hacemos, podemos confiar que María nos habrá alcanzado la gracia de dicha contrición y por tanto del perdón de los pecados.
Amemos, por tanto, queridos fieles, mucho a María y acudamos con frecuencia a Ella. Quiera ella, pues, alcanzarnos la gracia del verdadero arrepentimiento, de convertirnos realmente a Cristo su Hijo, de ser una nueva masa, ázimos de sinceridad y verdad, apartados de todo pecado.
Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.