21° Domingo de Pentecostés 2020, Fiesta de Cristo Rey

Realeza de Cristo Rey, Liberalismo.

(Domingo 25 de octubre de 2020) Padre Pío Vázquez

(Introducción)  

Queridos fieles:  

 Nos hallamos hoy en la importantísima Fiesta de Cristo Rey, que fue instituida por el Papa Pío XI, en 1925, por medio de su encíclica  Quas Primas. Esta Fiesta es de suma importancia —en especial para nuestros días— por lo que significa y representa.  

(Cuerpo 1: Realeza de Cristo)  

 Primeramente, podemos preguntarnos por qué Cristo es Rey.  

 La respuesta salta inmediatamente a la vista. Cristo es Rey porque es verdadero Dios; y como Dios que es, tiene un absoluto dominio  sobre todas las cosas, sobre el universo mundo entero: nada escapa a su poderío.  

 Sin embargo, no sólo es Cristo Rey en cuanto Dios sino también en cuanto hombre. En efecto, Pío XI enseña en la mencionada  encíclica Quas Primas, que todos los ángeles y hombres deben, no sólo adorar a Cristo como a verdadero Dios, sino también obedecerlo  y sujetársele como a Rey verdadero en cuanto hombre, y esto en virtud de la unión hipostática —esto es, porque esa naturaleza humana  está unida a la Persona del Verbo— y en virtud de la Redención, por la cual nos compró a todos al precio de su sangre —el derecho de  conquista—. Y así Cristo es Rey, en cuanto Dios y en cuanto hombre, de absolutamente todo lo creado.  

(Cuerpo 2: Cristo: Rey de las Naciones)  

 Ahora veamos qué implica esta última afirmación de que Cristo es Rey de absolutamente todo lo creado.   Significa que Él debe reinar en todos los ámbitos de la vida, sin excluir ninguno. Cristo debe reinar en cada individuo por medio de la  aceptación y sumisión a la Fe verdadera, la Santa Religión Católica que Él fundó y por la inhabitación en el alma por la gracia. Debe  reinar en las familias, siendo Él el centro y corazón de ellas, de donde y a donde todo confluya. Debe reinar, en última instancia, en las  naciones todas en cuanto tales, por medio del homenaje, acatamiento y culto público que éstas le deben rendir como a Dios y Creador y  Rey de ellas.  

 Y en esto último queremos extendernos un poco más.  

 Todas las naciones de la tierra, sin excepción ninguna, tienen el deber y la obligación —no es facultativo u opcional— de  someterse a Cristo, de rendir culto público al único y verdadero Dios, a la Santísima Trinidad y de abrazar y seguir, por tanto, la  Religión que Él ha fundado, esto es, la Santa Religión Católica.  

 Pero, Padre, ¿qué pasa con las naciones musulmanas, judías e idólatras que no creen en Cristo? Respondemos: Ellas también  deben rendir culto a Dios Nuestro Señor Jesucristo. Si ello no ocurre actualmente, es una pura cuestión de hecho, pero de  derecho pertenecen a Cristo y le deben, por tanto, el tributo de su adoración como a Dios y Rey.  

 Y para que una nación sea verdaderamente de Cristo Rey, es decir, para que sea verdadera y plenamente católica, debe  guiarse y regirse en absolutamente todo según Dios Nuestro Señor Jesucristo y su Santa Religión Católica, sin excepciones.  Todo: leyes, instituciones, costumbres, prensa, educación, salud pública, días feriados, festejos, absolutamente todo debe  regirse según el Evangelio, según los mandamientos de Dios Nuestro Señor Jesucristo. No puede ni debe haber ámbito alguno a  donde no llegue su benéfico influjo, sino que Él debe impregnar e informar todo el aparato social.  

 Esto fue lo que se logró durante la tan calumniada y mal llamada “Edad Media”, en la cual Cristo era el centro de la sociedad,  desde el cual y hacia el cual convergían todas las cosas. Ella, la Edad Media, fue la época más gloriosa de la humanidad, porque  en ella se dio la Cristiandad, es decir, las naciones y sociedades en ese entonces eran Cristocéntricas o, dicho con otras  palabras, Dios Nuestro Señor Jesucristo era la medida de todas las cosas.  

 Esto no quiere decir que no haya habido pecados u hombres muy pecadores. Ello es inevitable, dado el estado de naturaleza  caída en que nos hallamos, pero ello no fue —contra lo que nos quieren hacer creer— la nota característica de aquella sociedad  o época; sino, como decimos, que todo confluía y convergía en Dios Nuestro Señor Jesucristo, que aquellas naciones estaban  cimentadas y fundamentadas sobre Él.  

(Cuerpo 3: Liberalismo: Enemigo de Cristo Rey)  

 Y, contra todo esto hermoso que decimos, tenemos el mundo moderno y las modernas sociedades que nos han tocado —por  desgracia— vivir. En efecto, al contrario de las sociedades de la Edad Media que eran Cristocéntricas, las sociedades de hoy día son  antropocéntricas, es decir, en ellas todo confluye y converge hacia “el hombre”, que se ha convertido en la medida de todas las cosas, sin  tener en cuenta para nada a Dios.  

 ¿Y cómo pudo suceder esto? ¿Cómo pudimos decaer tan terrible y miserablemente? El misterio de iniquidad, sin duda, está  operando, del cual nos habla San Pablo en su 2a Epístola a los Tesalonicenses (2,7). Y más concretamente podemos ver la causa de esto  en el liberalismo. 

 Para cuya inteligencia, veamos qué nos dice el glorioso Papa León XIII, de feliz memoria, en su importantísima Encíclica Libertas,  respecto al liberalismo:  

 “El naturalismo o racionalismo en la filosofía coincide con el liberalismo en la moral y en la política… Ahora bien, el principio  fundamental de todo el racionalismo es la soberanía de la razón humana, que, negando la obediencia debida a la divina y  eterna razón y declarándose a sí misma independiente, se convierte en sumo principio, fuente exclusiva y juez único de la  verdad. Ésta es la pretensión de los referidos seguidores del liberalismo; según ellos no hay, en la vida práctica, autoridad divina  alguna a la que haya que obedecer; cada ciudadano es ley de sí mismo1.  

 Cualquier parecido de las palabras de León XIII con la realidad actual es mera coincidencia…  

 Y así tenemos que el liberalismo ha destronado a Cristo Rey y lo ha echado fuera de las naciones que antaño eran católicas. En efecto,  si el liberalismo, como racionalismo que es, proclama la total independencia y soberanía de la razón humana, convirtiendo ésta en la  norma última de lo que es verdadero y de lo que es falso, de lo que está bien y de lo que está mal, etc., fácilmente se ve cómo “sobran”  —y hasta “estorban”— Cristo Rey y su Santa Religión Católica: basta la sola razón humana. De lo cual se sigue, naturalmente, el laicismo  de Estado —ese ser neutro en materia religiosa, condenado por la Iglesia—, que bien podría ser llamado “ateísmo de Estado” o  “apostasía de Estado” (respecto a las naciones que fueron católicas antes), con la correspondiente separación de Iglesia y Estado — condenado también repetidas veces por la Iglesia—; en última instancia, el echar fuera a Dios Nuestro Señor Jesucristo de la sociedad.  

 Entre las armas de batalla con las cuales el liberalismo sacó a Cristo Rey de las sociedades están varias de las “libertades” (entre  comillas) en teoría conquistadas por el liberalismo y vistas como un progreso de la civilización —cuando es todo lo contrario—. Nos  parece merecen especial mención las siguientes tres: La libertad religiosa, la libertad de prensa y la libertad de enseñanza. En efecto,  todas estas “libertades” (de nuevo entre comillas) contribuyeron eficazmente a sacar a Cristo, no sólo de las sociedades, sino incluso de  los corazones de los hombres.  

 1) En efecto, la libertad religiosa propugnada por el liberalismo, a saber, que cada uno es libre de profesar la religión que le  venga en gana o ninguna si así prefiere, ¿a qué puede llevar sino a la destrucción de una sociedad que mira a Cristo como único  Dios y Rey de ella? ¿Cómo puede Cristo reinar en una sociedad donde la autoridad pública no sólo no le rinde culto público sino  que, además, da vía libre a los falsos cultos para que públicamente adoren a sus falsas divinidades? ¿Cómo puede ser Él el  centro en una sociedad donde se lo rebaja y equipara con los falsos dioses?  

 Evidentemente, una sociedad realmente católica, donde Cristo reina e impera, no puede permitir el culto de las falsas  religiones, sino que debe prohibirlo e impedirlo, en la medida de lo posible. Cuando ello no se puede, porque de hacerlo se  seguirían males mayores —una guerra civil, por ejemplo—, se puede dar una tolerancia religiosa, que no es lo mismo —ojo—  que libertad religiosa.  

 2) La libertad de prensa, asimismo, propugnada por el liberalismo, vaya si no ha acarreado y acarrea estragos para la causa de  Cristo Rey: ¡Cuántas cosas no se publican contra Dios, contrarias a su existencia, a su Santa Religión! ¡Cuántas mentiras y  falsedades dichas por los medios de comunicación para indisponer los ánimos de los hombres contra Dios Nuestro Señor  Jesucristo y la Iglesia Católica! Verdaderamente son innumerables la cantidad de diarios, artículos, libros, folletos, revistas,  sitios de internet que, amparados en esta falsa libertad, dicen cuanta cosa les viene en gana contra Dios Nuestro Señor.  

 Una verdadera sociedad católica no puede permitir la libertad de prensa como la entiende el liberalismo y se la practica hoy  día, esto es, como libertad de decir cualquier cosa, sea verdadera o falsa, contraria o no al bien. Evidentemente no hay derecho  alguno para el mal ni el error. Por lo cual, nadie tiene derecho a decir cosas falsas o contrarias al bien, sino sólo para publicar  cosas que sean verdaderas, que sean buenas y que, en última instancia, ayuden a los miembros de la sociedad a llegar a su fin  último que es Dios.  

 3) Y para terminar de destruir el reinado social de Cristo Rey está la libertad de enseñanza. En efecto, ¿qué cosa más  perniciosa a la causa de Cristo Rey que el permitir que hombres impíos e irreligiosos, sin ningún respeto a lo sagrado, sienten  cátedra y adoctrinen a la juventud? ¿Qué puede esperarse de ello, sino una sociedad de hombres sin religión, con la puerta  abierta al abismo de la corrupción moral, quitado el freno que pone la Religión verdadera? Y vaya si no vemos esto hoy día.  ¡Cuántos jóvenes no han perdido y pierden la Fe en las universidades por las nocivas enseñanzas de un profesor ateo! ¡Cuántos,  por lo mismo, no se han apartado de Dios y entregado a la corrupción de las costumbres, hundiéndose en el abismo del  pecado!  

 ¿Cómo podrá haber una sociedad donde Cristo sea el centro, si se permite enseñar en las escuelas y universidades contra Él o  ignorándolo como si no fuera necesario? Esta falsa libertad de enseñanza, en verdad, ha hecho y hace daño; decimos falsa  porque, evidentemente, sólo hay derecho para enseñar la verdad y el bien, no el error y la mentira: nadie tiene derecho a  enseñar que 2+2=5, como tampoco que Dios no existe, etc.  

1 La Iglesia y el Liberalismo, ICTION, Buenos Aires, Argentina, 1985, n° 12, p. 75.

 El Papa León XIII en su ya citada Encíclica Libertas, dice: “Es totalmente ilícito pedir, defender, conceder la libertad de pensamiento, de  imprenta, de enseñanza, de cultos, como otros tantos derechos dados por la naturaleza al hombre [la vida, por ejemplo]. [ahora nos dará  la razón de por qué es ilícito; dice:] Porque si el hombre hubiera recibido realmente estos derechos de la naturaleza, tendría derecho a  rechazar la autoridad de Dios y la libertad humana no podría ser limitada por ley alguna”2. Lo cual es, por supuesto, falso y hasta impío  el afirmarlo: nadie tiene derecho a rechazar la autoridad de Dios; ello es un pecado gravísimo contra el primer mandamiento.  

 Asimismo, en todo el movimiento de acabar con la realeza social de Cristo Rey, ha jugado un papel fundamental el naturalismo  religioso, es decir, el liberalismo dentro de la Iglesia, que también se llama modernismo.  

 En efecto, el Concilio Vaticano II (1962-1965), en su constitución Dignitatis Humanae, hizo algo gravísimo, a saber, proclamó la libertad  religiosa como derecho de toda persona derivada de su dignidad, tal como la entiende el liberalismo y tal como fue repetidas veces  condenada por el Magisterio de la Iglesia, dando así un golpe mortal a Cristo Rey; pues, si los que en teoría deberían pugnar porque  Cristo reine en las naciones y todo gire en torno a Él, afirman, sostienen y promueven que es un derecho que cualquiera pueda rendir  culto a cualquier falsa divinidad, ¿cómo podrán luego obrar de manera que Cristo reine en la sociedad y sea por todos acatado? Ello  sería una contradicción.  

 Y, en efecto, después de dicha constitución herética, la falsa Iglesia del Concilio Vaticano II misma presionó a dos gobiernos —si no  me equivoco—, España y Colombia, que todavía tenían confesionalidad católica, es decir, que tenían por única Religión oficial del Estado  el catolicismo, que rendían culto público a Cristo Rey; las presionaron para que depusieran dicha confesionalidad y se volvieran laicas (!),  brindando el “derecho” (entre comillas) de la libertad religiosa… o, dicho con otras palabras, las presionaron para que destronaran a  Cristo Rey.  

(Conclusión)  

 Concluyendo, queridos fieles. Los tiempos que nos han tocado vivir son difíciles. Dios Nuestro Señor Jesucristo, hoy día, no impera en  ninguna nación, no hay ninguna cuyo aparato todo entero social esté regido y guiado por Él, por su Santa Religión Católica. Lo que  tenemos es una multitud de naciones “apóstatas”, que han renegado de su pasado católico. Por otra parte, tenemos la tremenda Crisis  religiosa, producida por el Concilio Vaticano II, en el cual y por el cual, se falsificó nuestra Santa Religión Católica y fue traicionada la  buena fe de millones de católicos por el mundo entero.  

 Y así, mirando por un lado la cuestión política, lo corrompida e inficionada que está por el liberalismo y comunismo y, por otro lado,  mirando la falsa Religión moderna con Francisco a la cabeza, asimismo, inficionada de liberalismo (que es modernismo), no podemos  dejar de pensar que arreglar todo esto, que Cristo verdaderamente reine en las sociedades, está fuera de todo poder humano.  Solamente lo podrá arreglar Él. ¿Cómo? Nosotros pensamos será con su gloriosa Parusía, con su Retorno en gloria y majestad, donde  hará ver a todos los hombres, mal que les pese, que Él es el verdaderamente el Rey y Señor del universo entero, y que todos han de  pasar ante su tribunal para ser juzgados.  

 Quiera María Santísima, Madre del Rey de la Gloria, darnos la gracia de serle fieles, para que podamos ser salvos en el día grande y  tremendo del Señor.  

 Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez  

2 Cap. 12, v. 11.