Etiqueta: 2018

22° Domingo después de Pentecostés 2018

La cuestión del tributo.

(Domingo 21 de octubre de 2018) P. Pío Vázquez.

(Introducción)

Queridos fieles:

En el Evangelio del día de hoy, que está tomado de San Mateo1, vemos cómo los fariseos traman nuevas asechanzas contra Dios Nuestro Señor Jesucristo, intentando de nuevo sorprenderlo en sus palabras para tener de que acusarle.

1 Cap. 22, 15-21.

(Cuerpo)

En efecto, comienza el Evangelio, diciendo:

“Se fueron los fariseos y se confabularon para sorprender a Jesús en lo que hablase. Para lo cual le enviaron sus discípulos juntamente con los herodianos”.

Los fariseos cambian ahora de táctica: en vez de ir ellos mismos, envían a sus discípulos para que ellos sean los que propongan a Nuestro Señor la cuestión o pregunta, por medio de la cual esperaban poder hacerle cometer un error, del cual pudieran acusarlo. Y el Evangelio añade el detalle de que envían a sus discípulos “juntamente con los herodianos”, esto es, junto con los soldados de Herodes, ya veremos por qué.
Y leemos que le dicen a Nuestro Señor:

“Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios en verdad, y que no te cuidas de ninguno; porque no miras a la persona de los hombres”.

Palabras hermosas y verdaderas, pero en boca de personas llenas de dolo y de hipocresía, pues las dicen con la intención de que Nuestro Señor “baje la guardia”, y se presentan, además, como si fueran personas interesadas en la enseñanza y doctrina de Nuestro Salvador, ocultando de esta manera su condición de discípulos y enviados de los fariseos.
Y, obrando de esta engañosa manera, le preguntan:

“Dinos, pues, ¿qué te parece, es lícito pagar tributo al César o no?”.

Nuestro Señor inmediatamente responde:

“¿Por qué me tentáis, hipócritas?«

Ésa era, en efecto, una pregunta capciosa, es decir, una pregunta con dolo, con trampa, para poder sorprenderlo en sus palabras. De hecho, sea cual fuere la respuesta que hubiera dado, lo hubieran acusado igual.
Si hubiera respondido lisa y llanamente que sí había que pagar el tributo al César, lo hubieran declarado como traidor a la patria, como enemigo de la soberanía e independencia del pueblo escogido. Si, por el contrario, hubiera respondido que no debía pagarse el tributo, —lo cual, dicho sea de paso, sostenían los fariseos, de donde se ve aun más su hipocresía—, lo hubieran acusado ante las autoridades públicas como sedicioso, como opositor al imperio romano; no olvidemos que mandaron los fariseos, junto con sus discípulos, a los herodianos, esto es, a los soldados de Herodes, para que éstos pudieran prender Nuestro Señor, en este segundo caso, pues Herodes tenía a su cargo la recaudación de los impuestos. De donde vemos con cuánta mala fe obraban, y cómo tenían todo pensado y planeado para prender a Nuestro Señor y poder así perderle.
Mas, Nuestro Señor viendo esta artimaña, para que vean que sus intenciones malas a Él no están ocultas, les dice, como recién vimos:

“¿Por qué me tentáis, hipócritas?»

Hipócritas”, les dice de frente y sin miras a ningún respeto humano. Imaginemos lo que habrán pensado aquellos personajes: “oh-oh, nos descubrieron…”. Y lo más triste de todo es que, a pesar de ello, de que Nuestro Señor veía sus malas intenciones, es decir, que veía sus pensamientos, seguían ellos sin reconocerlo, sin ver en Él, por lo menos, un enviado de Dios.
Y Nuestro Señor les responde con una gran inteligencia y habilidad:

«Mostradme la moneda del tributo. Y ellos le ofrecieron un denario. Entonces les dijo: ¿De quién es la figura y la inscripción? Y le responden: Del César. Entonces dijo Jesús: Dad pues al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.

Y de esta manera Nuestro Señor elude la trampa que le habían tendido. No responde ni sí ni no, sino con aquellas palabras que son —podríamos decir— famosas y bien conocidas de todos: Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios, dejando de esta manera confundidos y maravillados a sus mismos enemigos; el Evangelio —si bien este versículo no se halla en el pasaje del día de hoy— añade inmediatamente: “Y cuando oyeron esto, se maravillaron y dejándole se retiraron”2.

De estas palabras de Nuestro Señor se deduce claramente la enseñanza sobre la distinción que hay entre el orden temporal, del cual se ocupa el Estado, y el orden espiritual, cuyo cuidado corresponde a la Iglesia, si bien uno y otro deben colaborar juntos, siendo la superioridad y primacía siempre de la Iglesia, porque el orden espiritual está por encima del orden temporal.

En la primera parte, “dar al César lo que es del César”, nos está enseñando a respetar y obedecer a las legítimas autoridades y a las leyes justas que dictan, así como a pagar los impuestos justos; hemos dicho “justos”, porque si son injustas las leyes o injustos los impuestos, no hay obligación, como es obvio, de atenderlos, pero ahora no entraremos en ese tema.
Y respecto a la segunda parte: Dad a Dios lo que es de Dios, Santo Tomás de Aquino, en su Catena Aurea —que es una recopilación de comentarios sobre los Evangelios—, trae un comentario de San Hilario bastante hermoso, que dice así:

“Debemos pagar también a Dios lo que es de Él, esto es, el cuerpo, el alma y la voluntad. La moneda del César está hecha en el oro, en donde se encuentra grabada su imagen: la moneda de Dios es el hombre, en quien se encuentra figurada la imagen de Dios…”3.

San Hilario al decir que debemos dar a Dios nuestro cuerpo, alma y voluntad, está queriendo significar, por estas tres cosas, todo nuestro ser, el cual debemos entregar totalmente a Dios. Y esto, por una parte, porque Él es nuestro Creador, nuestro Hacedor. Él gratuitamente nos ha dado nuestro ser, la vida, nuestra alma espiritual con sus correspondientes facultades de inteligencia y voluntad, todo esto es un don suyo, y, por eso, lo hemos de devolver a Él, por medio del ofrecimiento de nosotros mismos a Él; y obrando así cumpliremos las palabras de Nuestro Señor: Dad a Dios lo que es de Dios.

Además, le pertenecemos también por derecho de conquista, esto es, porque Dios Nuestro Señor Jesucristo nos redimió con su propia sangre. Redimir viene del latín redimere, que es una palabra que surge de la unión de otras dos: re-, que significa de nuevo, otra vez, y emere, que significa comprar; por tanto, redimir quiere decir volver a comprar, o lo que es lo mismo, volver a hacer suya una cosa. Cristo, por tanto, al morir por nosotros, al redimirnos, nos volvió a hacer suyos, librándonos de la esclavitud del demonio; por consiguiente, le pertenecemos a Él solo, somos suyos, por lo cual hemos de darnos por entero a Él, en cumplimiento de sus mismas palabras: Dad a Dios lo que es de Dios.

Asimismo, todos los talentos o habilidades de cualquier tipo que podamos poseer nos han venido de Él: son dones suyos. Por tanto, en cumplimiento de sus palabras, debemos darle esos talentos o habilidades, y esto lo hemos de realizar ofreciéndoselos y empleándolos para su mayor gloria, haciendo que produzcan sus frutos.

2 Ibíd. Vers. 22.
3 Tomo II, Cursos de Cultura Católica, 1946, Buenos Aires, Argentina, p. 205.

(Conclusión)

Para concluir, simplemente queríamos exhortarlos, queridos fieles, a que den a Dios lo que es de Dios, es decir, que se entreguen ustedes mismos de todo corazón a este amabilísimo Señor. Ustedes son posesión de Dios Nuestro Señor Jesucristo, por tanto, dense a Él: Dad a Dios lo que es de Dios.

Y que esa entrega sea total, no parcial. Denle su cuerpo con todos sus sentidos para sirvan a su mayor gloria y no para ofenderle, como tristemente solemos hacer… Denle, asimismo, su alma con sus dos potencias de inteligencia, para utilizarla únicamente en su servicio, y de voluntad, para solamente amarlo a Él. Conságrenle también todos sus talentos, para utilizarlos siempre a su mayor gloria y bien del prójimo.

Quiera la Santísima Virgen interceder por nosotros y ayudarnos a realizar esa entrega de nosotros mismos a Dios, así como ella se dio toda a Él.

Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.